Salí a divertirme y terminé pensando en Spinoza.
Alcohol, deseo y otras formas de estar triste.
(Crónica de una noche en Montevideo)
Es sábado, no salgo de noche hace mucho tiempo, toca una de mis bandas activas favoritas y extraño a mi amigo Nicolás, entonces decido salir.
El mítico Clash cumple 18 años y nos espera con sus dientes de vampiro aún escondidos, el punk alternativo de Jesús Negro y los putos nos hace saltar, bailar y gritar, sudamos aunque afuera haya cinco grados y una bruma que hace de la ciudad más cinematográfica, un filtro apocalíptico que me retrotrae a Londres.
Al terminar el toque es muy temprano para seguir en el antro y también para volver a casa. Así que, en grupo caminamos hasta el pool Las Vegas, otro lugar legendario de la noche montevideana. No juego al pool. Tomo alcohol y compro cinco fichas para la rockola, mi atracción favorita del lugar, el repertorio va desde los Doors hasta La Hermana Menor. Se disuelven los géneros, las épocas y las máscaras.
Volvemos al Clash, sus dientes de vampiro ya se dejan ver. Como todo espacio nocturno, rebosa de excesos, en los excesos asoma lo que los sujetos habitualmente inhiben. La oscuridad interior sale y se encuentra con más oscuridad. Así percibo la noche en la ciudad: un cruce de sombras.
El humano, lleno de contradicciones busca en la penumbra del Clash sacar a relucir su parte velada, jugar a ser otra persona. El padre de familia se vuelve lascivo; la madre, una adolescente en busca de atención masculina. Los entiendo, renunciaron muy pronto, y ahora aparece el deseo. El deseo que se convierte en fin, y lo genuino se pierde. Los sujetos, en su búsqueda de algo, anulan toda posibilidad de contacto verdadero. Solo son cuerpos que buscan calor en medio del frío, deseo en medio del ruido.
El Clash perdió para mí parte de su encanto, ya no se puede fumar adentro. Fumando afuera veo pasar a dos jóvenes de pollera, mostrando el abdomen. Qué paradoja: congelarse mientras se busca arder.
No espero nada más que divertirme con mis amigos, encontrar un pequeño alivio a este peso existencial que me somete a diario, y me encuentro con los humanos, demasiado humanos, maquiavélicos, justificando medios egoístas por fines ingratos, son pasiones tristes, estamos todos tan tristes.
Mi alegría compensatoria es estar lo suficientemente borracha. Pero, aún con el cerebro inundado de alcohol, me atraviesan miles de ideas. El cuerpo, subyugado por las sensaciones que nacen de observar el entorno. Estar a las cinco de la mañana en el Clash degrada a cualquiera. Esta realidad también. Está todo degradado.
No juzgo moralmente. Tal vez buscando exorcizar o conjurar escribo de una sombra que, como humana, también es mía.
Somos los mismos monos en distintas ramas siguiendo el mismo cortejo nupcial, cuando te canses de tomarte en serio baja a la pista y empeza a bailar.
Momo contra conta Satán by La Hermana Menor
x Maia Colom.
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