Yo no me perdí, yo no sabía ubicarme en Ciudad Vieja.
Estamos sentadas en la puerta del edificio donde vive Mar. Es de noche. Ella come un alfajor que fuimos a buscar hasta abajo del hotel, donde hay un túnel al infierno.
Estamos por despedirnos, tengo un tabaco armado en la mano y le digo -acá en ciudad vieja hay que vivir si te gustan las aventuras.
Exactamente después de decir eso es que aparece en nuestro rango visual una pareja de borrachos, muy borrachos, ella lo sostiene a él y lo arrastra.
Cuando llegan cerca de nosotras ella nos pregunta por tabaco, Mar niega, yo cedo, quizás por un impulso de ayudar a una mujer que lleva a un hombre a cuestas. Dándome cuenta de su imposibilidad de movimiento, le prendo el tabaco, ya que tiene las dos manos ocupadas sosteniendo al hombre inconsciente.
Cuando retoma la marcha él se queda rígido, totalmente inmovil. Ella le insiste con ir hacia la rambla -el aire fresco te va a despabilar, le dice. Le ofrezco agua, pienso que tal vez tomando un poco se recompone.
Ella agarra la botella y le tira agua en la nuca. Él efectivamente se recompone, pero enojado por haber sido mojado, le saca la botella y le tira el agua, gritandole y mojandola. Nosotras en nuestro casi asombro le decimos que no haga eso, entonces nos mira: -y ustedes quienes son? nos dice con desprecio y nos tira el resto de agua que quedaba en la botella.
Demasiado, entramos mientras ella le grita que es un aguafiestas.
Observamos la escena a través de la rendija: se gritan, él se va hacia un lado, ella lo sigue; vuelven juntos; discuten otra vez; él golpea autos; ella le hace gestos burlescos; se ríen; vuelven a gritarse; luego se abrazan casi sin querer. Finalmente se pierden en la calle.
No sabía -o no pensaba- que el simple gesto de convidar un tabaco podría desembocar en esto, pienso en el texto de George Simmel: la metrópolis y la vida mental, que reflexiona sobre cómo los humanos en su paso del campo a la ciudad -dada la multiplicidad y el exceso de estímulos que aquí existen- adoptamos una actitud blaseé, lo que significa una postura indiferente, que evita involucrarse en todas las situaciones que se le presentan en la calle. Una postura que ignora al otro, a no ser que este otro sea parte del contrato social, de sus deseos y motivaciones.
En este paso de comunidad a sociedad nace el sujeto individual, la colectividad se pierde. Ya no se puede ni compartir un tabaco
¿Debí haber adquirido una actitud blaseé? ¿Qué queda de mí sin el otro?Quizás en Ciudad Vieja sobrevivir sea aprender a ignorar. Pero yo no puedo, o no quiero. Si compartir un tabaco desencadena un infierno, prefiero quemarme a dejar que la ciudad me enfríe.
Comentarios
Publicar un comentario